LA LUZ IMPURA
Víctor Argüelles
Nunca habré terminado
de hacer rondines
por la luz impura.
Nunca de trazar un rencor de aguja
sobre predios asoleados
que atrás de la memoria habitan.
El silencio que revelo
guarda incrustado una llave de sonidos
para abrir la oscuridad de la mañana,
el día gris de altos vuelos,
la resaca de los ojos pronunciada
que velan una imagen captada
en el jardín de la lujuria.
Cuando entro en el abismo,
cierro instantes en la lengua,
para no decir, para callar
con asombro lo que tengo en las manos:
paraíso de luces quemadas,
mis radares inservibles,
cascajo flotando en agua de coladeras.
Agua sucia por correr en las zanjas.
agua venidera, desásete de mí.
TIEMPO
Llevará tiempo en cuajarse…
Salir de su morada para reventar la voz,
ser grito después de la pauta.
Más tiempo llevará
que el perdido en cada estorbo
de esquina y banqueta,
derrapando ligero
adrenalina ciega.
Barricadas del cemento impiden removerme,
purificar mi esencia del fango de la duda.
Renovarse es alisar
la textura indócil de moléculas
cuajadas en desorden
entre ríos grises de ilusiones púrpuras.
Me llevará el tiempo…
Tiempo necesario para levantar murallas,
para saber que el silencio me espera después
del pausado alarido.
Tiempo suficiente para hacerse certidumbre
y rebasar límites precarios
impuestos sin luces de navíos celestes
que vienen remando desde orillas lejanas.
PALABRA EN LA CENIZA
Algo habita en la palabra como un filo,
una extensión de sombra virada hacia sí misma.
Si diseccionara sus entrañas
encontraría escombros de exactitud;
un vocablo descuartizador de membranas,
de células, de profundos pliegues de carne,
y tantos retazos que he sido con mi piel
en todas partes, gritando y respondiendo,
callándome y hundiéndome al efecto de la noche
con su abierta boca al veneno del alcohol.
Y podría lacerarme enseguida… tanto he rumiado
para ingresar descalzo al sótano donde la muerte
es todo el eco que encontramos.
Qué substancia me explora por dentro que vacía mi casa
y mis pertenecías las deja al descubierto.
Mi casa ha resguardado al que conozco y no conozco
tan ajeno y próximo a remar contra la corriente
voces y más voces desconocidas.
Un alarido dejo caer, me levanto
y he podido sostener la pisada.
Siglos cercenados en la intemperie,
al sudor rancio de las hojas caídas
su abandono evaporiza mi nombre.
Nadie llamó a mi puerta el día en que perdí mis ojos
ante la ráfaga de visiones pútridas.
Tanto desvelo es un delirio,
una pedrada, una punzada,
un incendio que evoca
la calma en situación de ceniza.