LOS HIJOS DE LA NOCHE
Homenic Fuentes
Los hijos de la noche no duermen, son insomnes criaturas que, descarnados, hablan de los senderos oscuros del alma. Para ellos, el dolor y el amor son como una música suspendida en las bóvedas de cristal de la desolación. La noche es el misterio, el lugar donde las pasiones buscan su intimidad, ahondando en las profundidades del corazón.
El poemario Los trabajos de la noche (Homenaje a Alejandra Pizarnik),* escrito por Paul Sanda, apuesta desde el principio a la transmutación de la palabra de la ya icónica poeta argentina, encarna en ella y mira como quien ve sus propios abismos, si bien asomándose al espejo del otro; es, por tanto, un homenaje donde autor no duda en hacer de esa noche su propia oscuridad. Pero he aquí que no estamos ante una vulgar copia y ni siquiera ante una esforzada reinterpretación, sino que nos situamos ante un autor que camina en la misma dirección, afrontando –a su vez– la realidad inasible que lo abraza. Siguiendo las pisadas de Pizarnik en Los trabajos y las noches, Sanda retoma incluso los títulos de los poemas que aquella datara en 1965, pero al mismo tiempo ejerce una alquimia sobre sus más lúcidas sombras.
Poema
Escucha lo que se tiende bajo nuestra noche – el mar, Alejandra,
& una iglesia donde va el tiempo a demorarse. Para el poema,
la carne va a llorarle a las olas & a las noches,
a las sombras; nuestro gozo se purificará en la belleza...
La belleza es el advenimiento de lo terrible. El lenguaje, una tenacidad que horroriza pues en él queda marcada la identidad existencial, justo frente a la realidad poética que configura al ser. Así las interrogantes subsecuentes vienen a ser: cómo escapar del ritual de los sentidos, cómo huir de la poesía blanca llena de accesorios y llegar al verso más límpido posible…
Los trabajos y las noches
Como una manada que se aleja en el monte,
nos adentrábamos nosotros en las huellas.
Ah, ¿por qué elegir el horizonte de las lejanías?
Porque una mañana –& ahí estaba el misterio –
recobré su única ofrenda; había aprendido
a mentir, para padecer y que algo ocurriera:
ternura, convalecencia... & y la lluvia que pasa.
Y luego el rencor, & el amor con grandes harapos blancos.
El poeta advierte –sigiloso– que no conviene escoger la puerta falsa; lo mismo que no se debe depender de quién esté o se quede del otro lado. De ahí que su oficio ha de ser el de un lobo errante que anhela encontrar-mostrar lo que no ha sido visto. Los sentimientos padecen la contrariedad de amores inconclusos; lo anima, en cambio, la sed por el misterio, lo peligrosamente oculto en un horizonte lejano. El amor, si acaso, se erige en un campo de batalla donde el lenguaje es el instrumento de la muerte.
Las grandes palabras
a Laurence Vielle, como un eco
La lluvia se curva sobre la pena, oblicua
en la marea baja.
Es que las palabras se petrifican
(por fin las grandes palabras):
aman tanto lo que no volverá.
Y así, aunque el lenguaje se transforma no pueden contener el dolor y queda la consciencia de que las palabras son incapaces de transmitir por escrito la perdida de lo amado. Solo queda el duelo ante lo que se fue, la espantosa realidad de lo efímero, los sedimentos sin escrúpulos de un tiempo perdido.
Verdad de esta vieja pared
Es nuestro muro –contra el que destrozábamos botellas
en nuestra infancia, como un juego indolente;
lo escalábamos como un reto, ese muro –
muro–metáfora. Estaba hecho con nuestras promesas
esparcidas, con una verdad sin elegancia;
(huérfanos de amor) éstábamos ya fríos…
La fragilidad y la pobreza conforman un artefacto poético que nos presenta un panorama desolador, donde encontramos vidas que no importan y muertes que no deben ser lloradas. Somos huérfanos, dice el poeta sin miramientos. Acto seguido, se difumina en su yo lírico y sólo nos muestra imágenes que se cargan de diferentes significados: qué es el frío; qué son la muerte, el olvido, el frío del silencio y lo absurdo. Pero el poeta no es jamás fiel a la vida; no hay elegancia que lo atesore. Su mirada se pierde en aquello que nadie ve.
Anillos de ceniza
a mi amigo Serge Pey
¿Qué son nuestros poemas manchados de caramelo,
esas risas enterradas en la infancia hechas cenizas?
En lo más claro de nuestra mar soñabas, &
en voz alta, pues el niño muerto no se anuncia.
Tu fe no nació en la noche, Alejandra
–& íbamos a ofrecernos a los trabajos de la dicha;
te encontraba un poco pensativa, una vez más –
alejada de nuestros compromisos.
El tiempo nos perdió, la revolución nos alejó.
La oscuridad invadió nuestras cabezas,
y somos sin embargo tan valientes.
Morir... gritando en el escenario la potencia
de nuestros deseos, sin despertar a nadie.
En el siguiente poema vemos aplicado un recurso pizarnikiano, el de fraccionarse: la necesidad de encontrarnos con el otro. La noche domina al hablante poético. Hay palabras que exigen silencio, y es el silencio el que se alimenta de la imposibilidad de comunicarse. Hay una tensión entre callar o gritar. El lenguaje no llega a completar sus expectativas: solo el silencio anuncia al niño muerto
Cuarto solo
Sé que estás sola – ¿que tal vez
gozas de mí, al evocarme? –
pero que ya no habrá nada más en este cuarto;
quise retener los trabajos de la noche,
ya sabes, retener tus manos &
tu nuca (la alegría entremezclada en su belleza)...
Ahora sé que estás sola – que
tu gozo carece de poder – oh,
qué profundo es el dolor; & qué agudo.
El poeta insiste en un diálogo que los sitúa cerca del inicial discurso, pero no deja de haber una reflexión sobre sí mismo, y puede verse incluso en lo más oculto. Se identifica con aquello que mira porque en ello se reconoce, al tiempo que sigue evocando, en todo momento y casi en paralelo el tono y cadencias de Pizarnik:
Cuarto solo
Si te atreves a sorprender
el sentido de esta vieja pared;
y sus fisuras, desgarraduras,
formando rostros, esfinges,
manos, clepsidras,
seguramente vendrá
una presencia para tu sed
probablemente partirá
esta ausencia que te bebe
(Alejandra Pizarnik)
En síntesis, este poemario es un atrevimiento genuino, respuesta a la crisis interior, al hacer del poema un espejo, pero igualmente un laberinto de espejos adicional, que sitúa al lector frente a una dialéctica de la realidad. La poética de Alejandra Pizarnik se desplaza para dejar espacio a un nuevo sentir, el del poeta que se debate entre su autorreflexividad y el germen de la insolencia que ha de inundar sus versos.
Entre tanto, la belleza siempre se burla de la palabra insuficiente para dejar paso al silencio final. ¿De qué hablar entonces? Pizarnik ya nos lo había adelantado: “Hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer una voz humana sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosque”.
También los versos de Paul Sanda quedan aquí en nuestras manos, como un muerto que lo ha perdido todo.
***
* Paul Sanda, Les travaux de la nuit. Hommage a Alejandra Pizarnik, traducción de Miguel Ángel Real, Saintes (Francia), Eticiones Alcyone, 2018. Edición bilingüe limitada y numerada. 250 ejemplares.