RU-WA (LLUVIA)
Ángel Carlos Sánchez
Niña de noche y agua, estrella sola,
voy con todos los hombres a la guerra;
¿recordarás mi nombre
si un águila me lleva o si me ahogo?
Si el señor Akuniya está conmigo,
¿qué podemos temer?
Voy a medirme el hueso para que no estés triste:
verás que nuestra patria es fuerte.
¿Soy llanto por defender mi tierra?
Mariposa tornasol, si muero algo florece.
Es diestro el enemigo, pero yo también soy sangre,
soy un cauce de fuego, soy un río de espinas.
Cuando vuelva traeré una piel de tigre;
pero si muero o si me llevan cautivo al sacrificio,
¿recordarás mi nombre en la tormenta,
o cuando en la montaña cruja el filo de la tarde?
•
Ya suena el atabal del atacante,
los aullidos de un coyote en medio de la niebla
me recuerdan el llanto de los niños.
¡Que no sean esclavos los fuertes tlapanecas!
Señor del fuego como tigre en la montaña,
no permitas que tus hijos se conviertan en sirvientes,
no se vuelvan meretrices tus princesas.
Mi brazo no se canse y sepa hallar mi mano
el camino hasta la piel del invasor.
Que sea mi corazón un dardo hecho de lumbre.
Pero si no es posible que venzamos,
si caemos en batalla,
tú, señor del manantial y de la sombra como flor,
toca al enemigo:
en su pensamiento pon frescura
para que no deshonre el corazón de las mujeres,
hazle sentir los niños como suyos, no los mate;
y ella, la dueña de mi carne hecha pedazos,
sepa reconocerme en cada nube.
••
Vi caer, atravesados por un rayo de frialdad,
a los hijos de estas tierras,
vi morir a mis amigos
como si el día se derrumbara hasta aplastarlos.
No he de negar que son valientes los aztecas
(son diestros manejando sus macanas,
sus dardos son filosos como el miedo),
pero sólo quien vio la guerra en tierra propia
puede saber el peso exacto de las manos.
¿De qué manera puedo hacerte comprender
que yo también quedé entre los cadáveres
y que ahora estoy como si fuera sólo mi corteza?
Allá, en la arruinada Tlapa, quedaron nuestros ojos,
nuestra sangre llenó de moscas las calzadas,
y la luz se ha vuelto más oscura que la noche.
¿Qué lluvia ha de borrar
el eco de las voces?
¿Dónde podré esconderme del silencio,
dónde hallaré mi sombra
para que el alma no se seque?
•••
Son cinco mil los casi muertos, los cautivos,
pero parecen
una sola sombra, una misma lágrima
bajando de los montes
para llegar casi seca al sacrificio.
Han de llevar amarrados los brazos del espíritu
a la espalda.
Hermanos de este sueño que se rompe,
¿qué podré hacer para no sentirme desgraciado
cuando en mis venas queda sangre todavía?
La de trenzas como estrellas amarradas,
me dice que la ayude,
que importa más salvar los niños y llevarlos al futuro.
Asegura que alguien debe hablar por siempre
nuestra lengua de sollozos.
Aunque voy hacia otras tierras,
hermanos, primos, tíos de mi nombre y de mi carne,
mi corazón va con ustedes
como un pájaro apedreado
que no sabe cómo rescatarlos de este día,
y sólo pía y llora y vuela
hasta que las plumas comienzan a caérsele.
—
Han pasado muchas lluvias
desde que en Tlapa murió nuestra grandeza;
un río de meses
arrastró poco a poco los colores de mi cuerpo.
Aquí, en estos montes fríos y lejanos,
es el horizonte el filo de un cuchillo
con que se corta el cuerpo de la tarde.
Pero tú, mujer de agua despierta,
parece que aún tuvieras esperanza
de no se sabe qué mundo distinto,
como si la leña de otro tiempo
continuara quemándose en tus noches.
Los niños han crecido y no recuerdan
la sangre derramada de sus padres.
¿Qué podemos decir
para que no sean en vano aquellas muertes?
Ayúdame:
sobre mi voz llueve tu risa
y, antes del sueño,
ponme tu canción como una almohada.
.
—
¡Han sido derrotados los aztecas!
Que no se alegre nadie porque muera el enemigo,
que nadie injurie a los caídos en batalla.
Los más fieros capitanes
se defendieron hasta con los filos de sus sombras.
Los que de Tlapa fueron a ayudarlos
dicen que hombres, niños y mujeres
eran bravos guerreros, tigres acosados.
Señora, colibrí de alas soñadas,
¿qué será de los hijos y los nietos
ahora que murió de parto la crueldad
para que naciera su hija la perfidia?
..
—
Cuando vengan estaremos preparados
para darles batalla;
en el monte, en la cañada, en los sueños
estaremos armados de paciencia,
nuestro atabal de guerra sonará
hasta que se vayan o nos maten.
Ya lo sabes, si somos derrotados,
tomaremos a los niños para llevarlos a otro día.
Y cantaremos como lluvia nuestra historia
para que no se olviden de los nombres,
de los nuestros y los suyos,
que aunque sigan siendo los mismos serán nuevos.
Y si los esclavizan,
tampoco temas, ya sabemos que todo es pasajero;
algunos, señora de mis manos,
han de tener valor para romper la oscuridad
como a un espejo de obsidiana
y harán flechas para agujerar cualquier prisión.
Algunos también sabrán juntar las gentes
para que vayan de una vez por todas
a mandar a la injusticia a la chingada.
De Caminar el miedo
(Casa vieja, 2001)