José M. Viniegra
El suave tiempo remueve las hojas
que aferran con ansia la precariedad
de algún árbol y el campesino piensa
que han cambiado su fuerza por debilidad
Labrador
en girar el mundo el universo
deja de ser estático
Ni el crepitar del fruto ni su deseo
vertiginoso por separarse de la rama
ni aun su estrepitosa caída
-¡sabe!-
dirá que el fruto desde la fronda cae
cuando su mejor edad llega
Hay hojas verdes que también caen gustosas
sólo por pintar otoños
Encuentro en la cocina
restos de tu hambre como fondo del plato
fantasmas en el baño
que lavan transparencias
y máculas antes tuyas
No digamos ya la alcoba
que terca llena el aire
con recuerdos que custodian
mi cama cuando ésta duerme
Lo juro y no exagero
el problema no soy yo
sino estos ojos necios
o el hechizo con que ven
en tanto sitio y en tanta cosa
reclamos de tu ausencia
Abrevar nuevamente
como antes -amén-
la misma sustancia amarga
manicomio antiguo donde vengo
a contar huesos
y coleccionar penurias
por impuro placer macabro
Atisbo así
hacia la nada
Enciende
Clementia
tu veladora
pero aprende a conjurar conmigo
-y por mí-
para que vea en ella
la tibia luz y no el mismo
encantador cirio de sombras