El golpe sacudió la ventana. Salí a ver si no habían arrojado un balonazo. No había personas en la calle, en el suelo justo debajo de la ventana yacía un ave. Se había roto el cuello. La levanté, moví sus alas y el cuello se le movía de lado a lado, moví sus garras y pensé que en cualquier momento cobraría vida.
Comencé a aventarla al cielo intentando que se mantuviera en el aire. Levanté sus parpados y encendí un cerillo para que viera la luz, se lo acerque hasta que el aura de la flama comenzó a quemar sus plumas. Olía bien. Le arranqué un ala, me la metí a la boca y comencé a masticar. Le arranqué la cabeza y mastiqué varias veces. Escupí todos los restos. Me puse en el rostro esa masa amorfa de carne, plumas, saliva y huesos para que el espíritu del ave entrara en mí ser y me ayudara a volar fuera de este mundo.