Luis Alfaro Vega

En tentativa de aproximación a la ambivalencia connatural de los seres humanos.

RESISTENCIA DE DIAMANTE

Se promete que se impondrá una algarabía íntima de melodías que lo conduzcan a un estado de placidez en que las pesadas lágrimas no le doblen el ánimo. Mientras observa desde la rústica mecedora que guarda su forma, el anciano, ataviado de ancestral sabiduría, consolida una sonrisa dedicada a su propio ser. En el éter de la tarde, las campanas del templo mojan de fragores vibratorios el alma del hábitat, y el viejo, percibiendo en toda su piel el melódico repicar, rememora la savia de su estirpe, resistencia que lleva en el fervor de la sangre, nutricio orgullo que lo mantiene arrobado, iluminado por dentro, con avidez de convertirse en su propio pensamiento: ¡prodigio de integrar la colmena humana!

NOMENCLATURA KAFKIANA

Lo sacudió el espasmo de una fiebre que lo condujo al delirio de creer que su propio ser era un embuste, y que la ley natural que lo conceptualiza como homo sapiens, no es más que el proceso gelatinoso y absurdo de la pesadilla que transformó su cuerpo en un toro salvaje, iconografía ridícula que se muestra en el espejo como un enorme bulto peludo, de cuatro patas, cola extensa y dos afilados cuernos que le franquean la triangular cabeza. En su gnosis no aceptó el subterfugio, creyéndolo una evasiva estratagema para evitar el desgaste físico y psíquico de salir al mundo a enfrentar la rutina de la lucha fratricida entre homónimos. Elucubró que el origen de las intempestivas transformaciones, proviene de la infancia: violentas lecturas donde sapos se convierten en príncipes, lobos se comen abuelas y eructan satisfechos, niños a quienes les crece la nariz alimentada por el fragor de las mentiras, fantasmas que vigilan desde oscuros rincones el miedo atroz de los inocentes. Con los cuernos en ristre envistió con furia al espejo hasta hacerlo añicos…y tras la lluvia de cristales apareció otro espejo, con su rostro humano sonriendo, ya sin fiebre.

MÁSCARA DE SOLDADO

Lo regocija la ilusión rota que entra en la esfera de los sueños gastados que se convierten en pesadilla: no más guerras. En su alma fervoriza el deseo de no matar más enemigos. Llora en la noche de los insomnios cuando recibe la orden de continuar el bombardeo a ciudades de neblina, en las que se ve a sí mismo en la mirada de los otros, mustias pupilas ansiosas que lo observan mientras su máscara, embutida en uniforme militar, avanza hacia las temblorosas almas, esas que defecan una fiebre verde y lloran veneno rojo con cada detonación sobre las cenizas de los edificios en ruinas. Se muerde la sal de las lágrimas, y traga la amarga raíz de la culpa murmurando el vacío de los espíritus, la caída en el extraño desatino de conceptualizar que matar al hermano es una victoria.

HOMO SAPIENS

¡Con reincidente frecuencia llegamos tarde a nosotros mismos! Efervescencia feroz de razonamientos de fastuoso ego. Ángeles filósofos nos juzgamos, altruistas y versátiles en la inconmensurable acumulación de ilusiones con las que nos instalamos en alto pedestal. Colocados frente al espejo, le sonreímos eufóricos al onírico yo, insignia de perfección cosmopolita. Con impudor desfilamos por la historia con el artificio de erigirnos dueños del pasado, del presente y del futuro de la materia inmediata, y de la etérea presencia de un dios que inventamos para que nos redima y nos resguarde para la eternidad. El fasto de las contradicciones es la fidedigna contraseña de nuestra identidad, y en ese interminable camino de hallazgos y abdicaciones perdemos el rumbo. El húmedo barro de nuestro ser avanza mesiánico, ansiando convertirse en idílico prototipo, sin las anomalías físicas y las taras mentales en serie que salpican la leyenda. Transidos de orgullo, vociferamos a las estrellas la noción de ser la savia y la consciencia de cuanto existe. Homo sapiens: ¡conquistador de locuras! ¡Singular paradoja fermentada de ambivalencias! ¡Fantasma menguado, arribando tarde a su propia esencia!

LA PRIMAVERA FLORECE

A pesar de las emponzoñadas sombras de los siglos, y los helados registros de sangrienta convivencia, la célula humana guarda el celo de una floración que equilibrará la existencia. Robusto cielo que armoniza y nutre dentro del tuétano, en la región más primitiva de la materia. Visión en la que residirá purificado de narcisismos, sitio en desmayo original de correspondencias, fragante de vitalidades en colegiatura de armonizar la grafía de una raza renovada conquistando el porvenir. ¡Armoniosos suspiros de fraternal eternidad! ¡Tremolina de honda ternura disciplinando las acciones! ¡Del estiércol de los milenios brotará la rosa redentora!